por Agustín Montenegro
fotos de Iván Fridman
yo miro hacia afuera y es en mí que el árbol crece.
R.M.Rilke
A la huella, a la huella,
la huella argentina
Carlos Di Fulvio
Glaxo parece una imagen. O más bien una serie de imágenes. Quizás efecto de la condensación frente al exceso o saturación o expansión de Lumbre, las imágenes de Glaxo se quedan en la retina, impregnadas: Folcada en la cama bajo el ventilador, el cuerpo desnudo de la Negra después del sexo, el Flaco Vardemann bajando del tren, la imagen del último tren a Gun Hill. Imágenes que se van acoplando, que forman una historia hecha de pausas y sin el efecto de la “edición” o la continuidad. No hay una unión, un hilo desde el cual una deba pasar a la otra. Hay símbolos densos e imágenes hechas de trazos duros, pesados, de golpes de línea. El epígrafe de Glaxo es otra de esas imágenes de trazo hard-boiled: la imagen de esa orden, de esos disparos, y la imagen del rostro de Livraga, fija (siendo fijada, en ese momento) en la memoria de Folcada.
Y mientras Glaxo es la imagen de cómo impacta un puñado de hechos en la subjetividad de un pueblo -o en la suma de diversos sujetos que son, en este caso, protagonistas, cada uno, de su propia imagen: Montes, Vardemann, Souza, Folcada-, y una historia entrelazada y la imagen de esa gran fábrica (la Glaxo) La descomposición es, como ya en su título lo deja entrever, la historia de texturas en proceso. Ahí el recuerdo de Kieffer se propone y condensa junto al aroma de la carne en la parrilla y el sabor de las aceitunas mientras son masticadas. Un asado, un recuerdo rector, un proceso. La descomposición es densidad narrativa y justeza, es decir, la narración acotada dentro de su propio marco. El proceso propone sus texturas, su propia densidad, sus elementos en composición -los recuerdos de Kieffer ante el lector- y su descomposición -subjetividades frente al propio hecho de recordar; elementos, fuerzas y sentimientos frente a esos sujetos que recuerdan-, sus propios colores y tonos -definidos, nítidos: verde-aceituna, amarillo-limón (acidez), negro-noche. Las densidades son las propias: viento húmedo, lago muerto, olores con un peso determinado. El significado, entonces, de los jadeos, de los murmullos, de las miradas, se va descifrando, siempre en proceso y nunca con un final determinado:
“Y veo como si fueran contornos: recortes imprecisos de formas que alguna vez compusieron objetos bien definidos, distribuidos en el espacio con una lógica apropiada, correcta.”
Según la forma, cada novela configura la zona, la moldea a sus conceptos de densidad, nitidez, marco, óptica, voces.
¿Qué es Lumbre en esta organización formal de maneras y texturas del recuerdo y los sujetos? El proyecto de Lumbre es la novela del árbol, su signo el de la ramificación por sobre la línea o el proceso, la cadencia antes que la continuidad o el golpe. Quizás no sea demasiado arriesgado decir esto (el árbol es una figura, en texto e imagen-texto, clave y evidente en la novela, así como lo son los procesos en La descomposición). Sin embargo, vale la pena indagar en la construcción arbórea de Lumbre y comprender su propuesta en contraste con las dos obras anteriores de Ronsino.
Desde abajo, un árbol lo suficientemente frondoso requiebra sus ramas contra el cielo y contra sus ramas más altas. Los cruces y ramificaciones de la historia-árbol construyen una narración, entonces, de nudos, rugosidades y surcos arbóreos, así como de superposiciones producto de la perspectiva.
Amplia y profunda, a través de Helene, Lumbre busca “narrar la biografía de un árbol”. El transeúnte apaciguado por los pasos del terreno cenagoso de la memoria es Federico Souza quien, siempre observando hacia arriba, a los recuerdos-rama, al contraste de las ramas con el espacio del cielo, reconstruye las voces y las historias que surgen del árbol. El árbol contiene y, de forma inesperada, propone y cruza irregulares historias-rama: la de Luna, el ciclista, la del poeta Carlos Ortiz, la del libro de Ghiraldo y la historia de Chivilcoy, la del coronel Borges, la de Agustín Souza y Sarmiento, la de Tankel y su película, la de Pajarito, su obra, muerte y herencia. Y esas ramas, rebeldes en sus más ínfimos detalles, se unen a otras, por contraste: Luna se ramifica en Foster -o al revés- Ortiz en Julio Denis, Borges en Borges, Ortiz en la Renga y la Renga en el propio Federico Souza. “La historia se teje en los pequeños detalles”, se imagina Federico -ramificación de Pajarito, en este caso- que dice el coronel Borges. Y, yendo por la huella, dice Souza, es como se recorren esos surcos de la historia: “ir por la huella es repetir una historia de memoria”.
En la repetición está la huella del árbol (nudos-detalle) y en el artículo –de– está la idea de esa misma repetición (de memoria, desde la memoria, desde el ejercicio de una memoria táctil, recuperada desde esa anegación) y el concepto de un árbol-historia de la memoria, es decir: una historia de la memoria, con sus rugosidades, condensaciones múltiples, imágenes anudadas y proyecciones de una rama-historia sobre otra, de un nudo-detalle anudado sobre otro. Lumbre es un árbol que envejece (atraviesa con su cuerpo la Historia) y es visto desde abajo, tal y como lo muestran las fotografías de Pocha Silva-Helene, que son a su vez la memoria del árbol a través de su propia historia. Una vez crecido, sus ramas se entremezclan -la memoria es frondosa- y contrastan – ¿cómo sería posible observar solo una rama sin que una ramita, por más pequeña que fuera, se metiera en el campo de visión, en el cuadro o en la lente?
“Quiero narrar la biografía de un árbol”. Esa idea, esa arquitectura, se forma y se finaliza para Helene en la condensación -en el contraste-unión de dos ramas – el árbol y el combate-huella de 2001. Buenos Aires irrumpe entre Chivilcoy y Vanscoy sin cosmopolitismos. Es parte de ese gran árbol- su rama fuerte y quebrada, incurable.
Anegación y huella quizás no sean términos propios de la narración arbórea, y es por eso que quizás Federico Souza no solo mira hacia arriba, hacia las historias-rama del árbol de la memoria, sino que baja la mirada para observar la huella: “el recuerdo es un camino que se anega. Lentamente (…) Es pura frondosidad”. Recuerdo, camino, huella, frondosidad. Con el mismo movimiento, pero en horizontalidad irregular, si en el árbol están las ramificaciones de la memoria tal como se experimenta en Lumbre, la tierra, el barro, que segundo a segundo muestra recuerdos-huella, es la otra figura de la memoria, la que requiere no ahora una perspectiva frente a la frondosidad (que buscará seccionarla), sino una arqueología, que buscará desaglutinarla. Y la memoria del árbol y la memoria del camino se unen por una forma inapelable que transmite los sonidos y las texturas que propone Lumbre: la tierra.
La tierra y el árbol como memoria de la patria, de la pequeña patria compuesta de recuerdos, nociones, sensaciones. Memoria que lo une, no en vano, a Haroldo Conti. La memoria es la patria de los rostros-nudo que podemos reconocer, de las historias que circulan por los surcos del camino. No memoria patria, oficial y burocrática, ni tampoco Patria de la memoria, es decir, Patria con límites nítidos y documentos firmados, sino patria de la memoria, la conjunción arbórea y embarrada de la historia, la tradición y el pueblo en lo más subjetivo que hay de las personas. El árbol, corteza rugosa y ramificación infinita de recuerdos, y el camino, material barroso y múltiple que ha atravesado los siglos para llegar hasta aquí, hasta mañana.
La descomposición es el proceso de los cuerpos y los sujetos, un largometraje sobre las cosas deviniendo en cosas, sobre los recuerdos deviniendo en presente. Glaxo es la imagen, la serie de cuadros enmarcados, de línea dura y trazo profundo, donde los rostros se definen y se redefinen, se moldean para siempre. Lumbre es ese lugar donde los cuadros y los procesos se hacen ramas, se incrustan en la tierra, se vuelven esa patria de la memoria, como nudos, ramas, surcos, corteza, savia. Patria con la memoria de lo que es rugoso, de lo que raspa, de lo espeso, de lo que se contrasta, de lo que no tiene una individualidad posible si no a través de una conexión con otro nudo, otra rama, otro surco. Lumbre podría pensarse como la patria del árbol y el camino, posible (y no total) configuración de la memoria, de sus figuras, de sus rescates, de sus olvidos, de sus maneras tiernas, mínimas, ocultas, de desplazarse por la historia.