A Cuba hay que entrar. Todo personaje cubano que habita los diarios y revistas argentinos tiende a responder con condescendencia a los periodistas, cada vez menos interesados en cuestiones de cultura y política. Para la tapa, el escritor cubano en Argentina (o en España) siempre tiene ese viso antirrevolucionario que, en muchos casos, es una esforzada construcción del periodista por sacar un título. En otros es un rencor y una furia inevitable contra todo lo que la Revolución significa, y mediado por cierto periodismo, contra todo que tenga pinta de populista.
La novela de Marcial Gala permite entrar a Cuba por una amplia gama de puertas y portones, por razones literarias y por razones que atañen al mercado editorial. Vamos, entonces, por las primeras.
La Catedral de los Negros cuenta la historia de un proyecto que se erige y fracasa en el barrio de Punta Gotica: una enorme catedral que hará de Cienfuegos la «Jerusalén celestial». Catedral, también, como metáfora de la novela, hecha de retazos de pensamientos y conversaciones de veinticinco personajes. El matrimonio que impulsa la catedral y sus hijos, el arquitecto, o El Gringo, protagonista clave que se dedica al curioso negocio de robar, matar y vender carne humana como alimento. Alrededor de la catedral se multiplican otras voces y otros temas que recorren también la literatura cubana y sus polémicas: la homosexualidad, la vida de los sectores humildes, la idea del fracaso o de los sueños rotos, o de las ruinas de las promesas.
Novela difícil y a la vez ágil, porque lleva al lector a observar la historia desde la perspectiva de la mosca ciega. Recostada en la pared, la mosca ciega no sabe quién habla en la habitación. Y sin embargo, escucha sus inflexiones y sus cadencias, escucha sus penas y penurias, y cuando decide irse, pesca otro murmullo en la calle o en un zaguán, y ahí se queda, para reconstruir sin ver, para escuchar el chisme y el llanto. Y, rebuscada, la mosca también escucha a los que ven fantasmas y apariciones. Las capas de lo coral se van entrelazando y, entre muertos y vivos, el proyecto de la catedral se construye, imponente aún en su carácter fragmentario.
Las razones editoriales que hacen que Gala y su catedral sean perfectos para entrar a Cuba son notorias y no tienen que quedar sin mención. La Catedral de los Negros forma parte de la colección Archipiélago Caribe de editorial Corregidor, que acompaña a Gala con autores como Eduardo Lalo, Edgardo Rodríguez Juliá (Puerto Rico), Antonio José Ponte (también cubano) y Aurora Arias (Santo Domingo). Todos los títulos (como los de la colección Vereda Brasil) tienen un prólogo introductorio y completo que pretende, lejos de nublar el texto, abrirlo para analizar sus variables y hacer partícipes de sus contextos de aparición a los lectores no especializados.
El énfasis en esa forma de armar un libro de un escritor cubano demuestra que la complejidad de la novela de Gala y de la realidad latinoamericana no están fabricadas a la medida de los buscadores de títulos, ni tampoco a la medida de los fabuladores seriales, sean cubanos o argentinos. Y eso es tanto producto de la obra literaria como de su contexto de publicación.
La voz de Rogelio, el arquitecto, es clave para entender este movimiento complejo:
«Ya yo no voy con Dios, ahora ando solo, ya no le cuento a nadie que la forma del templo me la sugirió un ángel sin alas. Me dijo: Así será mi iglesia, y me levantó sobre su espalda, y vi el Cienfuegos del futuro, una ciudad bella, llena de edificios hermosos y más limpia que nunca, y en Punta Gotica vi un edificio futurista, con muchos rosetones de cristal tornasolado, y ese era el templo».
Limpieza y hermosura vienen de la mano de un ángel. La Catedral de los Negros es una confirmación de que los valores angelicales pueden ser buenos para las utopías celestiales, pero que la realidad es indefectiblemente fragmentaria, compleja, múltiple y contradictoria, y que lidia con fantasmas y muertos y voces sin rostro. En Cuba, en Argentina y en todos lados.
Un nuevo programa de Las lecturas, con la operación técnica de Manu Maschi y la conducción de Agustín Montenegro, por la Radio Gráfica 89.3.