Reseñas

Reseñar el contorno en la eterna disyuntiva

Diccionario razonado de la literatura y la crítica (siglo XX) Tomo I: A-G

Dirigido por Rocco Carbonne y Marcela Croce

El 8vo. Loco, 2010

636 páginas

CoverDiccRazon

Por Agustín Montenegro

¿Qué es?

El Diccionario razonado de la literatura y la crítica argentinas (Siglo XX) Tomo I: A-G, es un libro de 636 páginas que cuenta con un Preámbulo, escrito por Ana Ojeda (escritora y editora de el 8vo loco, y editora de este mismo volumen), una página que consigna los códigos y abreviaturas utilizados, una página que lista a los colaboradores estables (por ejemplo: Laura Malena Kornfeld, Germán Ferrari y Laura Vázquez), a los colaboradores especiales (como Horacio González, Graciela Montaldo y Sylvia Saítta), algunas voces adicionales, y a sus directores: Rocco Carbone (editor del 8vo. Loco, ensayista, doctor en filosofía, docente en la Universidad de General Sarmiento) y Marcela Croce (profesora en la Universidad de Buenos Aires, ensayista).

Finalmente, sí, es un Diccionario: de la A a la G se compone de entradas relativas (autores, editores, críticos) a la literatura y a la crítica argentinas del siglo XX.

¿Qué se dijo?

Lejos de la retórica académica, inteligente, excéntrica, apasionante por su acento declaracionista; así es como el primer tomo del presente diccionario (que va de la A a la G) confiere un sistema literario cuyo oscilante epicentro está compuesto por cuatro letras que en su conjunto cifran el nombre Arlt.

Augusto Munaro, El litoral.

Hacer un diccionario que, como este, tiene la pretensión de construir un canon compaginado a partir de valores marginales, como la calidad, la particularidad, la no universalidad, la dificultad de decodificación, la incomodidad, para convertirse en un texto de batalla –contra la mercadotecnia, contra el lucro, según sus manifiestas pretensiones– debió de haber establecido ciertas pautas de compatibilidad en todas las entradas, sin reprimir la subjetividad de ninguno de sus colaboradores. En primer lugar, de selección: no solamente hay entre los 400 muchísimos que formarían parte, más que de un canon revolucionario, de la deforme pesadilla de cualquier canon imaginable, sino que también hay algunas ausencias que el mismo sistema no justifica.

Martín Prieto, Bazar Americano

Toda empresa enciclopédica carga con la culpa de ser fatalmente incompleta. La acosa el fantasma de la totalidad. Esta no es la excepción a la regla. Sin embargo, esto no llega a menoscabar por completo el trabajo crítico de los investigadores que participan en el volumen ni el tauro envite del 8vo loco (…). Al contrario: los potencia. La razón y la pasión alimentan siempre el fuego de la crítica.

Maximiliano Crespi, Revista Ñ

Los puntos flojos tienen que ver, entonces, con ciertas ausencias que llaman la atención y, justamente, una irregularidad en el estilo de las diversas entradas; mientras algunas exacerban al extremo la subjetividad y la opinión de quien suscribe (a tal punto de usar a los autores como objetos de un manifiesto), otras son rigurosamente clásicas, como si liquidaran un trámite en forma casi burocrática.

Juan Pablo Bertazza, Radar Libros

Premisas

Irregular, subjetivo, burocrático, apasionado, incompleto, declaracionista, pretencioso. Arltiano. El Diccionario no sólo es, de entrada, un libro muy difícil de reseñar: por su vastedad, por la diversidad de las entradas, es decir, por las características constitutivas de cualquier diccionario que lo diferencian de otras formas más abarcables como el ensayo o la ficción. Sino también por elementos externos que lo problematizan, lo dan vuelta, le preguntan cosas. Las reseñas citadas y el propio prólogo del Diccionario, en un abanico de opiniones, muestran las esperanzas y asperezas que se generan dentro, en torno, hacia, o desde, el volumen. Con esos discursos en mente, algunas premisas que arroja nuestra lectura del Diccionario:

1) Dada la abulia, falsa tensión, entre lo crítico-literario académico, y lo literario-editorial (entre críticos-autores y autores-escritores, entre el mundo universitario y el mundo de la escritura artística y estética, etc, etc.) que un Diccionario de la literatura y de la crítica argentinas juegue en los márgenes, en las bandas de ambos mundos (incluso al margen de lo aceptable, de lo editable, de lo sistematizable, o de su propia voluntad, incluso si ella misma traiciona sus propios márgenes –es decir, si se pone al margen del margen-), no sólo es destacable, sino que es fundamental.

2) Es necesario, por supuesto, tener en cuenta cómo, quién, y a partir de qué, se definen esos márgenes (de la literatura -si se quiere-, de la crítica y de la cultura -si nos expandimos-, de la política -si somos consecuentes-).

3) Si damos por verosímil o verídica la afirmación que dice que a nadie le gusta que le metan el dedo en el culo sin permiso, consenso, y/o un trabajo de coqueteo previo, entendemos que el Diccionario sí tiene una relación estricta con lo grotesco o lo provocador, como afirman sus comentadores y creadores. Grotesco y provocación que bien pueden tener connotaciones negativas según quien lo lea, pero sin dejar de ser dicha negatividad una crítica positiva, es decir: alguien se da el lujo de ser, en este ambiente, en este sistema, y con las cosas así dadas entre gente con o sin sangre en las venas o con o sin neuronas cerebrales, provocador en el peor (o el mejor) sentido. Un ejemplo conciso: abrir el Diccionario con la ya famosa frase de Maradona (“Vos también la tenés adentro”) y atribuírsela a Dios, ya es parte de un acto provocador que obliga al lector a tomar posición inmediata. Alguien a quien no le interese, alguien que no haya reflexionado sobre esas palabras (sobre su contexto, sobre sus repercusiones, sobre el mismo acto de su pronunciación), alguien que opine que Maradona es la decadencia de la civilización…todos ellos verán quizás (las) connotaciones negativas de (en) la provocación. El que pueda problematizar, reflexionar, atribuirle sentidos significativos, relaciones útiles, verá positiva la provocación (le guste o no). Toda postura intermedia es poco interesante. La apreciación del lector dirá todo sobre los compiladores y editores de la obra: si son visionarios, genios, simpáticos, o simplemente rockstars.

4) El contexto debe entenderse como contorno, y no como entorno. El primero delimita, el segundo rodea. El primero delinea una figura o un objeto, mientras que el segundo descansa en las cercanías del objeto (o del sujeto) sin una relación necesaria.

Entendidos así, podemos decir que el contorno de producción del Diccionario lo obliga a limitarse, a desordenarse, a retorcerse en sus propias condiciones para ser, como casi todas las cosas, exactamente lo que es. El contorno de la academia (un lenguaje profiláctico bastante institucional), en cambio, se nos presenta (así, en la lejanía) como el jardín de la abundancia del profesional de las letras, severa caricia del sistema, poema de Wallace Stevens recitado por la prodigiosa memoria de un Harold Bloom cómodamente sentado en el “porche”: un contorno que permite que uno se delinee a sí mismo conto®neándose en la paz del republicanismo más enamorado.

El Diccionario

La lectura arroja premisas, estrategias o líneas de lectura. Volvamos a lo material, a lo aceptado por todos, es decir, al consenso detrás de las polémicas: sí, el Diccionario es dispar y/o desordenado. Pero, como no todos quisieron ver, lo es sin fallar a ningún ideal propuesto para sí mismo.

El lugar problemático del Diccionario es en relación a serie y contorno: la crítica más materialista centrará sus esfuerzos en las conexiones producidas entre contorno y objeto y contexto, mientras que la más idealista trabajará con la diferencia entre el ser y el deber ser, y el no es y el no debe ser, es decir, imperativos a tachar de una lista que nace de la serie, de la comparación que el académico o erudito hace al sistematizar. Operaciones comunes (violentas) de todo trabajo académico.

Hay ausencias que el profesional de las Letras puede extrañar (varias pueden ser relevadas en las reseñas mencionadas), y excentricidades que pueden no ser tales, sino más bien decisiones crítico-políticas de un proyecto que se funda a sí mismo o, según Prieto, meros olvidos. ¿Cómo distinguimos decisión, provocación, olvido? Todas se juegan el profesionalismo de los editores y de los compiladores. Por otra parte, ¿con qué vara se mide la provocación? ¿Con la vara del largo? ¿A ver quién la tiene más larga (la reseña), Borges, Arlt o Andahazi?

Por otra parte, ¿cuáles son nuestras búsquedas y propias varas, como críticos, escritores, estudiantes, legos, apasionados? ¿Nos sirve un objeto de consulta que comente concisa y breve la obra de Aira, Arlt, Borges, Di Benedetto? ¿A quién se dirigen las entradas sobre Américo Cristófalo, Emilio Bernini, y Laura Estrín? ¿A quién se dirige la ausencia de Miguel Dalmaroni? ¿Las entradas deben ser uniformes, parecidas, estructuradas de igual forma? Todas estas preguntas se las responderá el lector, tras su lectura de, o su consulta en, el Diccionario. No hay otra manera, y esto empieza a perfilar una conclusión: más allá de su forma, mucha de la información o problematización del diccionario no puede rescatarse en ninguna otra publicación. Y entonces, sobre la productividad de las series: si todo diccionario lucha en vano con el fantasma de una totalidad, si todo diccionario puede ser cuestionado en tal o cual entrada, ¿no estaremos ante un objeto construido colectivamente aún a pesar de todo? Es decir, una suma de unidades cuyo contraste hace la fuerza y que incluye en el imperio de la diferencia al sistema del conocimiento literario y crítico argentino.

Sin embargo, si de series se trata, nuestras propias conclusiones no deben centrarse en lo comparativo (ser diccionario en virtud de otro diccionario suena a concesión, por no decir a sumisión –y de hecho sabemos que las libertades de los diccionarios no ocupan todas el mismo espacio simbólico-). Es decir, puede formarse la serie, pero en nuestra óptica la serie no determina: porque la serie la forma el crítico, en su erudición, a través de su esfuerzo y de su estudio. El contorno determina por ser ineludible, negando el libre arbitrio: al parecer, hacer series históricas según una determinada línea es productivo sólo en tanto se olvide el contorno de producción de las unidades que componen dicha serie.

Y ahora, la forma: qué sucede si la desmesura y el desorden no son faltas, pero tampoco decisiones, sino más bien presencias concretas. Otra vez el contorno: presionado por los avatares de las publicaciones editoriales, de las dispares convocatorias, de la mayor o menor voluntad de cercenar, recortar, asediar o modificar las reseñas de los autores, y de la mayor o menor relación con el proyecto caótico de producir un Diccionario de esta envergadura, el producto final muestra toda contradicción, ahí, en su superficie, en todos sus niveles. Será quizás en la diferencia entre reseña y reseña, entre lectura y lectura, donde se vean estas contradicciones presentes como una falla o una virtud.

Algunas conclusiones

Como se deja entrever por el tono de la nota, mi propia erudición no alcanza, de ninguna manera, para juzgar el contenido del diccionario. Si la erudición de los eruditos alcanza para buscar una totalidad, o para restarle a ella la falta que aqueje a cualquier diccionario, bien por ellos: diccionarios, eruditos, totalidades y faltas no se sentirán menospreciados, y habremos conservado no sé cuál integridad que habríamos de conservar. Sin embargo, más allá de ese fin, buscarán en vano, puesto que en la contradicción está el primer paso de un camino infinito de pluralidades. Es decir: bien, no encontramos (o jamás quisimos encontrar) una forma propicia para igualar y democratizar discursos en todos los niveles (estéticos, académicos, conceptuales, evaluativos, institucionales). Los objetos contradictorios que forman parte de esa pluralidad no deberían pagar nuestra propia ineptitud, vagancia, indiferencia, o ambición.

Que consensuen los sabios, que tienen tiempo y ganas. Nosotros sabremos, gracias a nuestra lectura y a la de nuestros colegas, que si de consultas o información se trata, iremos a buscar al Diccionario la contradicción, el margen, la entrada burocrática, la entrada dispar, la entrada subjetivista, la entrada innecesaria, la ausencia injustificada, la alegría, la decepción, la bronca, el odio y el amor. A nosotros no nos queda otra que mediar, ser parte (ni jueces ni víctimas) del conflicto. Abalar todo posible desmadre sólo para denostar el rigor academicista lleva a dar una imagen revoltosa y de incorrección política para vernos rebeldes en el espejo. Juguetear con las altas esferas marmóreas de los despachos universitarios, conservar por miedo (lo que en última instancia no es tan malo), por fiaca (lo que es bastante malo) o por querer preservar el orden sagrado de la literatura y la crítica (sí: mucho peor que un fiacún con miedo), nos lleva a la transa, a apartarnos de lo que implican las reflexiones sobre los signos, las obras y los sistemas de los que nos ocupamos en pos de un respeto hacia sujetos (llámense hombres mujeres instituciones obras) que nada merecen más que la firmeza de nuestros argumentos.

Hablando de la totalidad…

¿Qué sucedería si los subsiguientes tomos, desde la H hasta la lejana Z, nunca aparecieran? ¿Sería eso olvido, provocación, decisión, o simplemente la fuerza ineludible de las líneas bordeadas que contornean al Diccionario de literatura y crítica argentinas?

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